sábado, 7 de septiembre de 2013

Dalí en América: el Sueño de Venus

En abril de 1930 se abrió al público la Exposición Universal de Nueva York. Tenía tres partes claramente diferenciadas. En la primera, con el lema de la exposición “El mundo de mañana”, se mostraban los últimos avances tecnológicos. Después de la gran depresión, se abría el tiempo del futuro. Desde la exposición se realizó la primera retrasmisión en directo de televisión, se mostraron máquinas de lavar, las primeras fotos en color de Kodak. Esta era la principal sección de la muestra. La segunda parte era la sección de los Estados y la tercera parte era la Zona de la Diversión.
            Desde el principio se pensó incorporar a la Zona de Diversión una “Surrealist House”. Dado el éxito de la última exposición de Dalí y teniendo en cuenta que ya era un personaje muy popular en Nueva York, no extrañó a nadie que el proyecto se lo dieran a Salvador Dalí, el “Surrealísimo” como lo había denominado Time. El proyecto tenía un fuerte componente económico, un fabricante de caucho, W. Gadner, financió el proyecto, esperando ganar buenos dividendos en la feria.
Inicialmente el proyecto se llamaba Fondos del Mar, aunque Dalí justo al entrar a trabajar en él lo denominó Sueño de Venus. Sólo cinco semanas transcurrieron desde la entrada de Dalí y la apertura al público. Así que fue un trabajo duro para Dalí y Gala.
 

UN SUEÑO.

El exterior era toda una declaración. En una época en la que el Estilo Internacional empezaba a triunfar en EEUU, Dalí presentó un edificio “blando”. Frente al espíritu moderno, racionalista y pragmático, el pabellón daliniano tenía una forma orgánica llena de protuberancias y de agujeros. El diseñó de Dalí tenía fuertes reminiscencias de la obra de su admirado Gaudí, una mezcla entre la presencia de la “Pedrera” y el organicismo del parque Güell.
 

Dos sirenas de caucho, un san Juan Bautista con la cara de la Mona Lisa, una Venus de Botticelli, y un sin fin de brazos, ramas, muletas, gusanos se entrecruzaban para conseguir un aspecto onírico y ciertamente inquietante. La fachada se completaba con una taquilla que parecía sacada de un cuadro del Bosco (pintor muy admirado por los miembros de la Residencia de Estudiantes). La puerta se abría bajo dos piernas de mujer con unas medias que hacían de columnas. Por encima de la puerta, junto a la Venus de Botticelli, las chicas, con unas cañas de pescar, gritaban para reclamar la atención de los visitantes. Como si fueran sirenas tratando de seducir a los marineros, por supuesto, con diseños del mismo Dalí.

El interior venía a ser un viaje por lo más profundo de los sueños, por el sueño más profundo, por el sueño de la propia Venus o por Venus convertida en sueño. Los espectadores iban recorriendo las dos secciones del pabellón. La idea de Dalí no era mostrar un teatro, sino que los visitantes formasen parte del espectáculo, que ellos soñaran el sueño de Venus o que Venus los soñara a ellos.

El interior tenía dos partes, una “seca” y otra “húmeda”. La parte seca se subdividía en dos. En la primera aparecía una chica que representaba el papel de la diosa soñando. Acostada en una cama de diez metros de ancho con sábanas rojas. A su lado, otra chica con un dedo en los labios instaba a los visitantes para que no la despertara. En el lateral, un gran espejo repetía la imagen de la chica semidesnuda teniendo sueños tórridos.

Junto a la cama, había un escaparate que complementaba la zona “seca”. En este escaparate se podía ver un catálogo de los motivos y obsesiones que tenía Dalí en esa época. La playa de Cadaqués, los relojes blandos y el gran masturbador de la Persistencia de la memoria, las jirafas ardiendo, las niñas corriendo o bailando, un cuerpo descompuesto del que salían cajones de su frente y de sus pechos. Frente a este fondo pintado, se podía ver el “vampiro afrodisíaco”, un maniquí con cabeza de tigre y con un cuerpo lleno de vasos de vermut. Estaba inspirado en la “chaqueta afrodisíaca” (una chaqueta llena de vasos colgando) que Dalí realizó en 1936. Otros objetos de esta estancia: una figura que tenía en el pecho una jaula con palomas, sentado al lado de una lámpara cuyo pie tenía forma de cara y junto a un gramófono cuya aguja era una mano y el disco un pecho de mujer.
 

El techo estaba lleno de paraguas abiertos. Recordaba el montaje que Duchamp había realizado para la exposición de objetos surrealistas. Allí este artista había colgado del techo innumerables sacos de carbón.

Esta zona se completaba con su ya conocido “taxi lluvioso” que ya había presentado en la exposición surrealista del año anterior. Pero con algunos cambios. Ahora en el interior del taxi, en la parte donde “llovía” gracias a un sistema de tuberías, estaba Cristóbal Colón. Con el descubridor, Dalí se ponía a sí mismo, el colón del surrealismo, el que había llevado el surrealismo a EEUU. Y, cómo no, el campeón del grupo (ya sin el permiso de Breton).

La zona “húmeda” era denominada por Dalí como “Castillo prenatal submarino de Venus”. Consistía en una piscina realizada con cristales. Aquí se podían ver pianos-mujeres (es decir, chicas con teclas en sus cuerpos), racimos de teléfonos (los teléfonos inundaban la obra de Dalí, este es el año del Enigma de Hitler), máquinas de escribir, algas convertidas en cadenas, vacas que se podían ordeñar, etc. Todo eso fabricado en caucho (no sabemos si por insistencia del promotor) por lo que flotaba y pululaba por la piscina. Dentro, unas chicas disfrazadas de sirenas con aletas de crustáceos. Las chicas llevaban diseños dalinianos que permitían vistas generosas de sus pechos.
 

 
 
La recepción por parte de la prensa fue positiva. Asombrados por el extraño objeto, fusión entre una barraca de feria y un objeto surrealista, que había presentado Dalí, la prensa popular tuvo una reacción favorable. Estaban ante otra extravagancia del pintor español, salidas de tono a las que se iban acostumbrando

Mientras que la prensa popular norteamericana reflejó el éxito de público, las revistas especializadas en arte apenas dieron cobertura al evento. Entre el silencio y el desprecio del grupo surrealista de París, esta fue la respuesta del mundo oficial del arte. 

El sueño de Venus combinaba pretensiones artísticas con necesidades económicas. El promotor Gadner tenía la clara intención de que las extravagancias de Dalí fueran rentables y que su inversión en el pabellón se saldara positivamente. El conflicto entre ambos aspectos no tardaría en estallar. El proyecto de Dalí era colocar una Venus de Botticelli con una cabeza de pez. Las chicas del interior garantizaban el éxito, así pensaría el promotor, pero el exterior tenía que ser también atractivo. El promotor puso el grito en el cielo cuando tuvo constancia del asunto de la venus con cabeza de pez. Mandó un telegrama a la organización en los siguientes términos: “...La pasión de los hombres para gastarse veinticinco centavos no la despertará una muchacha con cabeza de pez sino una sugestiva sirena en la fachada del edificio”.

Dalí tuvo que pasar por el aro. Tanto él como Gala se subían por las paredes, pero el promotor no iba dar ningún paso atrás. Antes de la inauguración Dalí escribió un brillante manifiesto llamado Declaración de independencia de la imaginación y los derechos del hombre a su propia locura. Criticaba a los “hombres mediocres de la cultura”, a los intermediarios que se interponían entre el creador y las masas. “Las masas supieron siempre donde encontrar la verdadera poesía”. Estos intermediarios eran ignorantes que con sus estúpidos intereses comerciales conseguían torpedear el verdadero proceso creativo. Dalí instaba a los artistas norteamericanos a rebelarse y a defender su independencia e integridad. “Solamente la fantasía endurecida y la duración de vuestro sueño pueden hacer frente a la odiosa civilización mecanizada que es vuestra enemiga, al igual que es la enemiga del ´principio del placer´ de todo hombre”. Dalí argumentaba como un surrealista, como un creador, no como alguien preocupado por que el espectáculo saliera bien. Curioso al menos cuando Breton ya lo había expulsado del movimiento y cuando la confusión entre el personaje Dalí, sus proyectos artísticos y sus intereses comerciales se iban fundiendo peligrosamente. Dalí, con su Declaración, supo sacar tajada de la intromisión del promotor. Además de darle titulares de prensa y más renombre social (especialmente, en el resto de EEUU. La declaración se publicó a lo largo y ancho del país), servía para exaltar y publicitar sus teléfonos, su coche lluvioso y a él mismo como el nuevo Cristóbal Colón del arte en América.

          ¿Fue un fracaso El sueño de Venus? Difícilmente podemos separar los aspavientos del personaje Dalí y lo que pensaba realmente. Ciertamente la Declaración rezuma indignación, pero no podemos descartar que fuera el gesto del personaje Dalí tratando de rentabilizar en términos publicitarios y de vanidad el conflicto con Gadner. Es muy posible que al catalán le encantara que su pabellón diese lugar a una performance de tal calibre. Llegó a lanzar octavillas con la declaración a las calles de Nueva York desde una avioneta. Al igual que ocurrió con el segundo escaparate que diseñó en esta ciudad, el escándalo podía ser el mejor final si lo que se pretende es escandalizar, o remover conciencias por una causa más o menos surrealista, o postularse como el pintor más famoso del momento.

 

 

UN SUEÑO QUE SE SUEÑA A SÍ MISMO.

Una de la mañana La instalación del Sueño de Venus tiene varios precedentes o, al menos, varios intentos en la misma línea. Dalí llamaba a la puerta de una cultura de masas que en EEUU se estaba iniciando y que el propio Dalí ayudó a desarrollar en gran medida.

En 1936 el MOMA mostraba una histórica exposición, el Arte fantástico. Dadá y Surrealismo. Dalí participaba en la exposición del MOMA, su marchante en Nueva York vio con gran claridad que esa podía ser la oportunidad para preparar el desembarco del catalán en la ciudad de los rascacielos. Presentó La persistencia de la memoria, que sería su tarjeta de visita en EEUU. Además de esta exposición colectiva, su marchante le preparó otra individual. El cuadro estrella fue Construcción blanda con judías hervidas. Premonición de la guerra civil. La exposición fue todo un éxito. Este cuadro pronto se consideraría uno de los más destacados de la obra de Dalí.

Al hilo de todo esto, Dalí recibió un curioso encargo. Browit Teller, unos famosos grandes almacenes de la quinta avenida, le pedía que diseñara un escaparate en su tienda. Su tema era una declaración de intenciones: “Era una mujer surrealista, era como la figura de un sueño”. Con un telón de fondo de nubes de papel marché, había un maniquí con un vestido negro y con una cabeza hecha de flores rojas. Desde las grietas de unas paredes desconchadas, se extendían unos brazos rojos que pretendían alcanzarla y hacerle regalos. Ninguno de ellos conseguía tocarla. Junto al maniquí, Dalí puso una mesilla de noche con un teléfono-bogavante encima. El éxito fue rotundo.

Ese mismo año Dalí viaja a Hollywood y allí conoce a Harpo Marx. Le propone un guión cinematográfico que tiene el mismo tema que el escaparate de Browit Teller. El propio Dalí resume el argumento: “Una mujer inmensamente rica, llamada Mujer Surrealista, personifica el mundo de la imaginación, del sueño y de la fantasía. Sus amigos son los Hermanos Marx. En el polo opuesto de la Mujer Surrealista se encuentra Linda, muy rica, esnob, ambiciosa y sin imaginación, es la prometida de Jimmy. Tan pronto conoce éste a la Mujer Surrealista, se enamora de ella. Toda la película transcurre entre la lucha de estas dos mujeres, que personalizan el mundo de la fantasía y el mundo convencional. La lucha culmina en un proceso en el que resulta imposible saber cuál de los dos mundos es más absurdo”.

 

Tres de la mañana. Dos años después, aparece otro sueño soñado por Venus. El grupo surrealista realiza una exposición en la Galerie de Beaux Arts de París. El organizador fue Marcel Duchamp. La exposición se abría con una primera habitación, allí se podía ver El taxi lluvioso de Dalí. El coche tenía un sistema de tuberías que permitía que lloviera en el interior. Había dos maniquíes, uno en el asiento delantero y otro en el trasero. El primero tenía una cabeza de tiburón; el segundo era una rubia con traje de noche. En el asiento de atrás, rodeando al maniquí con el traje de noche, se podían ver lechugas y endibias, todas recorridas por una gran cantidad de caracoles que Dalí afirmaba rotundamente que eran de Borgoña.

          Después del recibidor, el visitante entraba en la Calle surrealista. Este pasillo tenía 20 maniquíes diseñados por lo más granado del grupo de París. Dalí diseñó uno con cabeza de tucán y un huevo entre los pechos. El maniquí estaba adornado con cucharillas.

        El pasillo desembocaba en la estancia principal. Duchamp la organizó como si fuese una cueva llena de ramas y hojas. En el centro puso un brasero encendido, símbolo de la hermandad que unía a los surrealistas; en los laterales, cuatro grandes camas, símbolo del amor que debía extenderse universalmente; en el techo colgados docenas de sacos de carbón. Multitud de objetos surrealistas y lienzos. De Dalí,  El gran masturbador  y Jirafas ardiendo.

 

Cinco de la mañana. Ya en 1939 y sólo a unos pocos meses del Sueño de Venus. Otra vez Bonwit Teller, los grandes almacenes de la quinta avenida, le encargó un escaparate a Salvador Dalí. Para éste el escaparate serviría de preámbulo para la exposición que tenía en Nueva York. Los cuadros principales eran El enigma de Hitler y Enigma sin fin. Este último era fascinante, una imagen formada por seis imágenes superpuestas, o una imagen que podía convertirse en otras seis.

          El tema del escaparate se relacionaba con sus obsesiones del momento. Unos meses antes se había entrevistado con Freud. Para Dalí había sido como ver al mismo dios. Y había pintado La Metamorfosis de Narciso. Así pues que con todo esto en la recámara, Dalí representó el Complejo de Narciso. En un escaparate, narciso de día; en otro, de noche. En el de día se podía ver una bañera forrada de negro y llena de agua. De la bañera sobresalían tres manos portando unos espejos, sobre la superficie flotaban flores, narcisos, por supuesto. Un maniquí claramente anticuado (algo parecido a la mujer de El gran masturbador) iba a entrar en la bañera. Vestida únicamente con un negligée de plumas verdes, tenía el pelo de color rojo y le colgaban unas telarañas.

         En el narciso nocturno, los espectadores veían una cama sobre la que había un baldaquín con una cabeza de búfalo y una paloma entre los dientes. La paloma sangraba ostentosamente. La cama tenía unas patas que simulaban  patas de búfalo.

Tumbada sobre unas sábanas negras, un maniquí dormía desnuda y sin prestar atención a unas brasas que había debajo de la cama.

         A los pocos minutos de abrir los grandes almacenes, una multitud se apiñaba frente a los cristales. Unos discutían sobre las profundidades psicológicas del montaje, otros sobre el fraude artístico que ello suponía. Pero todos coincidían en que el neglinée era tremendamente excitante. Así lo debió suponer la dirección de los grandes almacenes ya que a las pocas horas le quitó al maniquí el famoso neglinée para ponerle ropa normal. Además, decidieron cambiar la maniquí de la noche. En lugar de la posición tórrida que le había dado Dalí, la sentaron pudorosamente.

        Dalí llegó al momento, se sintió ultrajado. Discutió con los gerentes diciendo que un artista de su categoría tenía una reputación. Los directivos le respondieron que su tienda sí que tenía una reputación. Tras una acalorada discusión, Dalí entró en el escaparate con la intención de destruirlo. No midió bien sus fuerzas y al mover bañera rompió el cristal del escaparate. La ya famosa bañera salió volando hasta la calle. El propio Dalí iba tras la bañera y cayó a la acera. Aunque todo el suelo estaba lleno de cristales, Dalí se levantó ileso. Unos agentes de policía llegaron al instante y se lo llevaron a la comisaría más cercana. El juez de guardia quedó estupefacto con la historia, y debió de hacerle gracia, ya que sólo le puso como pena pagar las facturas de los desperfectos. Años más tarde, el pintor declaró que esta había sido la acción más mágica y eficaz de toda su vida. Y podemos creerle.

 

Siete de la mañana. En noviembre de 1939 se estrenó en el Metropolitan Bacchanale. El cóctel incluía los Ballets Rusos, diseño de escena y vestuario de Dalí (en colaboración de Coco Chanel) y la música de Wagner. La historia narraba los delirios de Ludwig II de Baviera que sueña ser un personaje wagneriano. El tema rondaba a Dalí desde hacía varios años y parece que llegó a ofrecerle a Lorca, en su último encuentro, trabajar juntos. El telón tenía un imponente cisne de cuyo pecho salían los bailarines. En el vestuario destacaban las langostas sujetas a los pantalones de los bailarines; además, había una mujer con cabeza de pez. Parecía que el propio Dalí danzaba entre lo kitsch y la estética de revista.

         Para cerrar el círculo, decir que Dalí colaboró años más tarde con Luchino Visconti diseñando un telón lleno de elefantes con patas de insectos para un teatro en Roma. Ya en 1973, Visconti dirigió Ludwig, una película sobre el rey de Baviera. Cómo no, con música de Wagner.

 

Dalí nunca madruga. En los años cuarenta siguieron las colaboraciones entre Dalí y el modisto Schiaparelli. Años antes había realizado para ella el famoso Sofá-labios de Mae West y también los zapatos-sombreros. Durante años continuó su trabajo conjunto diseñando perfumes y ropa.

 

El sueño que no cesa. En los años cuarenta, Dalí diseñó joyas con el duque de Ventura. Entre 1944 y 1947 realizó distintas campañas publicitarias de las medias Bryans. El sueño que no cesa. Alfombras, cortinas, corbatas, portadas de discos, anuncios de televisión, película con Disney, película con Hitchcock....................................



 



        El sueño de Dalí se sueña a sí mismo. El artista cae en una espiral que va desde Teléfono-langosta de 1938 al frasco de colonia Roi solei de 1945, o del Objeto surrealista de funcionamiento simbólico de 1931 al perfume Dalí de 1981. Del objeto de funcionamiento simbólico u objeto surrealista al objeto comercial o de consumo. De la originalidad a la repetición de motivos, de sus experiencias personales al objeto de masas.

 


 
 

           ¿EL SUEÑO DE DALÍ PRODUCE MONSTRUOS?

             A finales de 1939 Breton escribía en Minotaure. “La pintura de Dalí se encuentra amenazada ya por una monotonía profunda y real. A fuerza de intentar pulir su método paranoico está comenzando a deslizarse por unos entretenimientos que recuerdan a los crucigramas”. El comentario de Breton da en el blanco. Dalí se repetía incansablemente. Los mismos elementos, esta vez fuera de los lienzos originales, adquirían independencia. Los relojes blandos, los cajones, las jirafas, las langostas, los ciclistas con panes en la cabeza, los coches, las venus, las playas. Ahora podían aparecer en lienzos, en instalaciones, en corbatas, en anuncios, en vestidos, etc.

             En 1939, año del Sueño de Venus no lo olvidemos, marca la definitiva transición de lo que decíamos al final del apartado anterior. Del objeto surrealista al objeto comercial. El pabellón surrealista del Nueva York está absolutamente inmerso en este proceso. ¿Se mantiene una unión entre el Dalí anterior y posterior a 1939? ¿La calidad que todo el mundo le atribuye en la década de los treinta se perdió a partir de ese año? Este es el problema. En otros términos, ¿qué valoración hacemos del cambio operado en torno a 1939? ¿Cuál es la posición del Sueño de Venus en todo este proceso?

           La posición de Breton de distinguir entre el “buen” Dalí y el “malo” ha sido mantenida por Ian Gibson en su biografía La vida desaforada de Salvador Dalí. Es interesante su posición porque extiende el cambio de Dalí a todos los ámbitos de su vida. El año que nos interesa, 1939, aparece como la bisagra de los dos Dalís, el genio y el farsante. Tanto el segundo escaparate como Sueño de Venus aparecen como fracasos artísticos del creador que coquetea con el mercado. Pero, especialmente, 1939 es un año político, el año del final de la guerra civil española y el del inicio de la segunda guerra mundial. Dalí ha estado callado durante el conflicto español, según Gibson, esperando a ver qué pasaba. El biógrafo sospecha las simpatías que se esconden tras la indiferencia. “La guerra civil acababa de terminar con la victoria de Franco, y Dalí ya había decidido que él era del bando del caudillo”. Su biografía da otros indicios. Se negó a participar en el pabellón español de París. Los cuadros sobre Hitler apoyaban una ambigüedad que crispaba a Breton. Antes de iniciar su definitivo exilio en EEUU, Dalí, siempre según Gibson, ya tiene contactos con simpatizantes fascistas. Y, qué decir tiene, que la posterior evolución de Dalí confirmaría estos temores.

         Su cambio no sólo es político, también artístico. En esta época da al surrealismo como terminado, Dalí dice que su encuentro con Freud en Londres en 1938, le llevó a esa conclusión. En el último número de Minotaure, en mayo de 1939, Breton expulsaba oficialmente a Dalí del grupo surrealista y, a la vuelta a EEUU, Dalí iniciaba una nueva etapa, una etapa clásica. Así que Gibson recoge una valoración que ha sido la oficial del mundo del arte sobre la obra de Dalí. “Por lo que toca a su pintura, creo que no puede caber duda de que las obras ejecutadas entre 1926 y, aproximadamente, 1938 constituyen su gran contribución al arte”.

         El último cambio que consigna Gibson es el personal. La ruptura de relaciones con Breton fue importante, pero más significativa fue el conflicto con Buñuel. El aragonés estaba pasándolo bastante mal en América. Escribió a Dalí con una urgencia perentoria de dinero y Dalí le respondió con una negativa; Buñuel llevó esas cartas en el bolsillo durante años.

         Dalí, un tirano con los demás, y puro ejercicio de vanidad con respecto a sí mismo. Al volver a EEUU empezó su autobiografía, Vida secreta de Salvador Dalí, aquí elaboró su propio mito, falseando totalmente su pasado  y construyendo su propia identidad. Por tanto, Gibson señala en 1939 un cambio tanto a nivel político, artístico como personal.

         Nosotros vamos a valorar la evaluación de Dalí en unos términos bien diferentes. Con la evolución de Dalí, la naturaleza de la imagen ha sufrido una mutación, y este cambio en la imagen ha tenido unas consecuencias tanto sociales como artísticas. Se trata del paso del objeto surrealista al objeto posmoderno de la publicidad característica del capitalismo tardío. Este cambio pone al Dalí de después de 1939 en el centro de la cultura artística de nuestra época.

         ¿Cómo llegó Dalí hasta allí? Básicamente se trataba de aplicar su método paranoico-crítico. Este método se basa en dos aspectos fundamentales: una imagen remite a un sentido diferente de ella y ninguna imagen puede existir sin referencia a la voluntad paranoica del artista. Lo más característico del método de Dalí era la capacidad de otorgar “funcionamiento simbólico” a las imágenes y a los objetos. En una dirección opuesta a la pasividad del automatismo psíquico de Breton, Dalí lleva, en su fase estrictamente surrealista, a la pintura la manera que tiene el inconsciente de trabajar cuando fabrica sueños. La actividad artística se iguala con el trabajo onírico, el arte es una forma de delirio. Se trata, pues, de un método que genera imágenes. Dalí escribía en La conquista de lo irracional (1935): “Toda mi ambición en el terreno pictórico consiste en materializar, con la precisión más imperialista, imágenes de la irracionalidad concreta”. El método paranoico-crítico es, pues, una forma de producir imágenes en base al deseo libidinal; consiste en conferir, otorgar, dar sentido a unas imágenes en base a la producción, economía y gestión del deseo inconsciente.

         A partir de 1939, el método opera sobre otras bases. Sigue siendo un sistema de producción de imágenes al irles confiriendo un sentido que define su dinámica y su naturaleza. Pero el cambio viene de dónde procede el sentido de la imagen. Si hasta entonces, el sentido venía del deseo de la libido, y en esto Dalí es ortodoxamente surrealista, y, en consecuencia, su actividad artística remitía a un manifiesto, a un grupo y a una vanguardia; el Dalí de los años cuarenta y siguientes va  a romper con esas fuentes del sentido. El sentido de la imagen, lo que le da su funcionamiento, su economía interna, remite directamente al genio del artista. Este es el cambio que empieza a darse en 1939: del inconsciente al genio del artista. Para que esta torsión en el sentido y naturaleza de la imagen sea eficaz, Dalí tiene que construir un personaje que ponga en juego la centralidad de la figura del artista. Es el carácter genial del artista lo que da sentido, lo que marca la naturaleza de la imagen y de los objetos artísticos.

         Es bien conocido el proceso que necesitará Dalí para operar este cambio. Fue expulsado (se hizo expulsar) del grupo surrealista, se inventó una autobiografía, a partir de esta marginalidad se puedo construir a sí mismo como un genio, un personaje que hacía sus apariciones públicas con gran precisión publicitaria. Este personaje necesitaba una marca de identidad que le hiciera reconocible para que el artista pudiera ser el nuevo rey Midas que convirtiera en oro todo lo que toca, y así los bigotes de Dalí se convirtieron en un logo reconocible por todos. Dalí mismo se convierte en un objeto de consumo para las masas, su personaje como su obra más lograda.

         En el paso de cambiar el grupo de vanguardia y el manifiesto por la centralidad de la figura del artista, Dalí no está solo. También Duchamp construyó su personaje, silencioso e inactivo; también Warhol. Estos personajes tenían sus signos de distinción, sus propios logos: Warhol sus pelucas, Beuys sus sombreros de fieltro, y en otro contexto aunque no tan distante, Lennon sus gafas redondas, Bowie sus ojos de diferente color…

         Este es el relato. Del artista que se mueve dentro del colectivismo del grupo de vanguardia y que sigue el libro de instrucciones que supone todo manifiesto, al artista como punto central y único del proceso artístico. Y con esta inflación de la figura del artista se pasa al publicista que confiere sentido al objeto, que llena el objeto de deseo, porque ya sabemos, como se dijo en Mad men, que la publicidad no es más que “una promesa de felicidad”, deseo en estado puro. Y así tenemos el viraje del objeto surrealista a la publicidad característica del capitalismo triunfante y de masas.

         En un sentido parecido, podíamos hablar del surrealismo. De acuerdo, ha habido un profundo cambio con respecto a la fase anterior, pero nos parece que Dalí desarrolló algunos aspectos del surrealismo, eso sí, cambiándole totalmente su sentido.

         “La imagen surrealista es un atentado al principio de identidad” escribió Mario de Micheli. Podemos estar más o menos de acuerdo en lo referente a las “obras comerciales” de Dalí, ¿pero no suponen un atentado contra el principio de identidad? Quizá no en su propia naturaleza, pero sí en su duplicación hasta el infinito, sí en su inutilidad, en su contrasentido, en su absurdo. Si el surrealismo pretendía insuflar deseo y ficción en la realidad, en estas obras de Dalí ya no puede separar la realidad de la ficción. Más bien la realidad pasa a ser un capítulo de la ficción. No cabe distinción entre la verdad y la falsedad, entre la copia y el original.

         Sobre la cuestión de las relaciones entre copia y original, Benjamin escribió en 1936 un célebre texto, “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”. Allí el escritor judío mantenía la tesis de que en la época del cine y de la fotografía, la copia había perdido el aura característica del original. Benjamin definía el aura como “la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar)”. Así en la época de la reproductibilidad técnica, la copia no tiene el núcleo misterioso e inagotable que caracteriza a la obra de arte tradicional. Pues bien, Dalí, con el problema así planteado, mantendría una posición diferente. El artista catalán trata de conferir aura a las copias, a las imitaciones, a las reproducciones. Es la figura del artista, su genio, el que trasvasa el aura del original a la copia. Si la copia también tiene aura, ¿cómo diferenciarlas? Si la copia es misteriosa, despierta el deseo del espectador, si tiene la lejanía del objeto de deseo, ¿por qué diferenciarlas del original? Como al final del guión de Harpo Marx, ya no se puede distinguir entre el principio del placer y el de realidad, no se sabe cuál es más absurdo.  En esto, como en otras cosas, tenía el apoyo de su amigo Marcel Duchamp, quien escribía en 1961: "Otro aspecto del ready-made es que no tiene nada de único... La réplica de un ready-made transmite el mismo mensaje; de hecho casi todos los ready-mades que hoy existen no son originales en el sentido usual del término".

         El Dalí “malo”, el farsante, siguió usando elementos del surrealismo. Decía María Zambrano que el surrealismo pertenece al género de la confesión, es una forma de confesión; el Dalí de los años cuarenta pertenece al género de la exhibición, que es un subgénero de la confesión; se trata de un personaje que vomita su personalidad al mundo. Dalí continuó usando el surrealismo, si bien cambiándole el sentido. La mayor modificación que le hizo fue despojarlo de su carácter moral, la revolución que traería ya no sería moral, sino que se basaría en la pura belleza, traería un mundo bello.

         Walter Benjamín escribió en 1929 un artículo llamado “El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea”. En este artículo se puede leer: el surrealismo “ha hecho saltar desde dentro el ámbito de la creación literaria en cuanto que un círculo de hombres ha empujado la vida literaria hasta los límites extremos de lo posible”. El surrealismo pretendía inundar de arte la vida, llegar a todos los ámbitos de la existencia, extenderse por el “mundo en torno”. Benjamín habla desde una posición revolucionaria, en la línea de Breton. Pero creo que estas afirmaciones se pueden entender desde otro punto de vista. Una de las grandes intuiciones de Dalí fue que la diferencia entre la alta cultura y la cultura popular iba a desmoronarse, y una de las consecuencias de este proceso ha sido la estetización del mundo, por un lado, y, por el otro, un arte que ha hecho del ensimismamiento en su propia banalidad uno de sus pilares. Un arte exiguo y socialmente inoperante y un mundo hiperestetizado.

         Este proceso de estetización del mundo, del advenimiento del objeto postmoderno, se da en todos los ámbitos de la vida humana y de sus procesos productivos. Se diseñan desde las cortinas hasta los automóviles, desde las zapatillas de estar en casa hasta los cohetes espaciales. Y no sólo por razones comerciales, sino más bien por gusto estético, por necesidad estética.

         El capitalismo tardío, el capitalismo de masas, ha realizado, de forma paradójica, la revolución surrealista, el sueño del arte de vanguardia, el de romper la dicotomía entre Arte y vida, el de cambiar el mundo por medio de una revolución artística. Esto es lo que vio Dalí antes que nadie, la transformación del objeto surrealista en el objeto de la publicidad. La realización del sueño del arte de vanguardia no vendría del Arte, sino de la estatización del mundo llevado a cabo por el capitalismo de masas al convertir al mundo en publicidad.

         Dalí trató al objeto artístico como un objeto más; haría falta que llegase Andy Warhol para completar la dirección opuesta, hacer del objeto cotidiano un objeto artístico. La operación ya estaba trazada. Sin embargo, la estrategia de Warhol fue diferente. Si Dalí le da a las imágenes y a los objetos una dirección hacia el interior, ya sea hacia el inconsciente o hacia el genio del artista, Warhol le da a sus imágenes una  dirección hacia el exterior, sus objetos son banales y poco simbólicos, los representa de forma aislada, extraños a sí mismos. No remiten a la personalidad del artista, sino al extrañamiento del mundo al que pertenecen.

         En resumen, decíamos que con el Dalí de los años cuarenta la naturaleza de la imagen ha sufrido una mutación. El resultado ha sido un mundo hiperestetizado, un mundo hecho publicidad. La belleza tiene una importancia fundamental en este estado de cosas. La belleza apenas tiene una función artística (el arte tampoco tiene una gran función artística), ahora su función es social y económica. La belleza, en la publicidad, en el diseño, en la moda, tiene como función social unirnos a los objetos que aparecen en el escaparate del mundo, enhebrar nuestro deseo con los objetos manufacturados e industriales, copias de ningún original. La belleza es el nexo entre consumidores y el sistema productivo, es el hilo, más bien la argamasa, entre la oferta y la demanda.

         ¿Se puede asumir este Dalí postmoderno? Este Dalí de la repetición, de la ironía, de la vacuidad que se alimenta a sí misma. Más bien, se podría decir que es aquí donde estamos. Quizá la pregunta sea ¿cómo escapar de este Dalí? ¿Cómo salir de su nihilismo? Cuando vio que no había salida, que no había forma de salir de la caverna, Dalí bajó de nuevo dispuesto a cambiar oro por baratijas.

         ¿Qué nos diría el Sueño de Venus de lo que nos pasa? “Solamente la fuerza de nuestra fantasía endurecida puede hacer frente a la odiosa civilización mecanizada que es vuestra enemiga”, escribía Dalí en su Declaración. Me imagino el pabellón surrealista siendo inundado por los objetos del mundo, entrarían por su puerta formada por dos piernas, por los agujeros de las sirenas, por los poros de las paredes, por los resquicios más íntimos, se agolparían en el techo como los tentáculos del edificio. Allí dentro nuestros objetos, nosotros mismos, nuestra mirada, nuestros cuerpos sufrirían una mutación, una metamorfosis. Se erotizarían, se cargarían de deseo y de belleza. Es probable que el propio Dalí exigiera, por supuesto por contrato, que sus objetos fuesen los primeros en invadir el mundo. El pabellón reventaría cuando los demás objetos volvieran al mundo. Así imagino yo el Sueño de Venus.

        

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